Llevaban sólo tres días
y medio en aquel campamento para adultos y parecía que todos fuesen
amigos desde siempre. "Embosqadas" lo llamaban. ¡Vaya
ocurrencia!, y había sido exactamente eso: un campamento... para
adultos. Pero por desgracia ya tocaba a su fin.
Allí estaban todos, en
la tienda de campaña gigante, celebrando la última velada: Los
gemelos malagueños, Juan y Alex, alegres y jaraneros; Nerea, la
vasca gruñona pero con un afilado sentido del humor; Jesús, el
"pijipi" madrileño; Luz y Laura, las amigas asturianas, la
una sosegada y la otra puro desparpajo; Vicente, el cuarentón
socarrón de aquel pueblo de Huesca de nombre impronunciable; y, por
supuesto, Daniel, el chico amable y poco hablador, del que nadie
había conseguido deducir nada, salvo que era de Zaragoza, y una
persona encantadora. También estaban las dos parejas de catalanes
cincuentones, que aunque participativos, iban un poco más a su bola.
Y en el centro, cómo no, Eva y Jorge, los monitores, derrochando
simpatía y buen rollo. Salvo los catalanes y Vicente, todos estaban
entre los veintipocos y los treinta y muchos.
Susana los observaba con
atención, consciente de que aquella era la última noche que
compartiría con ese variopinto grupo de personas, que por un breve
periodo de tiempo se habían convertido en su familia de la montaña.
Todos habían sido muy agradables con ella, cautos en el trato frente
a su carácter reservado, y respetuosos ante sus silencios repentinos
y sus momentos de recogimiento. Les había cogido mucho cariño, pero
-obviamente- no a todos por igual. En su fuero interno se imaginaba
escenas románticas con uno de ellos. Improbables en la realidad,
dada su timidez.
Desde el principio del
campamento se les había propuesto un juego, un divertimento
orientado a conectar con el niño que todos llevaban dentro. Una
versión más completa del típico "amigo invisible".
Consistía en asignarse cada uno (por sorteo) el papel de "Hada"
hacia otro participante, con el objeto de tener pequeños detalles y
gestos amables con dicha persona, y a su vez asignarse el papel de
"Pixie", que debía gastar bromas y pequeñas gamberradas a
su "víctima".
En la última velada del
campamento tocaba adivinar y revelar quién era el Hada y el Pixie de
quién. El cachondeo y las risas se sucedieron mientras unos
"acusaban" a otros de Pixies, y pocos eran capaces de
reconocer a su Hada. Las acciones de los Pixies abarcaban desde
ingenuas bromas hasta gamberradas algo excesivas, que sin embargo, y
en el espíritu del juego, fueron tomadas con deportividad por
quienes las padecieron. Susana había sufrido a un Pixie bastante
gamberro, que lo mismo le cortaba el suelo del yogur para que al
cogerlo se le cayera por encima, como le llenaba la cantimplora de
piedrecillas, o le dejaba moscas muertas en la almohada. Mientras
tanto, ella había sido una Pixie tan benévola que le hizo falta
revelarlo para que Nerea descubriera quién le había atado los
cordones de las zapatillas entre sí como única broma.
Entonces le llegó el
turno de adivinar a ella, que acertó su Pixie a la primera. Se
trataba de Alex, el "gemelo guapo", (como bromeaba él
mismo), al que había pillado in fraganti haciendo una de las suyas
sin que él se diera cuenta, pero se lo había callado para no romper
el juego. Sin embargo, en cuanto a quién era su Hada, se encontraba
completamente perdida. Se había sentido tan arropada por todo el
mundo que no podía pensar en nadie en concreto...
Hasta que Daniel
confesó, y a ella le dio un vuelco el corazón. Notó como el pulso
se le aceleraba y rezó por que no se notara la tensión de sus
piernas ni el ligero rubor que afloraba en sus mejillas. Daniel le
había llamado la atención desde el principio, con su elegante forma
de moverse, su caballerosidad y su aire misterioso. Sin duda se podía
decir que le gustaba. Mucho.
Presa de la vergüenza,
zanjó el asunto con un comentario chistoso para disimular su
agitación y su sentimiento de "Tierra, trágame".
La velada continuó con
la lectura de un cuento bastante extenso, pero Susana no podía
concentrarse. Furtivamente se fijaba en Daniel, que parecía inmerso
en el relato, y ajeno a las breves pero penetrantes miradas que ella
le dedicaba. Intentaba hacer memoria de los días anteriores, y poco
a poco iba cayendo en la cuenta de las acciones de su Hada. Quizá la
caballerosidad que le atribuía no era más que parte de su condición
de Hada hacia ella. Los detalles serviciales durante las comidas, los
ofrecimientos para ayudarle con los malditos cierres de las tiendas
de campaña, las sonrisas seductoras cada vez que se cruzaban sin
nadie más que los pudiera ver... Por un momento se sintió
decepcionada. Como siempre, su imaginación le había propuesto
escenarios que la unían a Daniel, y ahora temía que, una vez
terminado el juego, todo volvería a ser como siempre, y ella
regresaría a su estátus de chica reservada por la que la gente
siente una cierta empatía, una cierta ternura, y en ocasiones algo
de lástima, ignorantes de que sus deseos frecuentes de soledad no
eran un lastre, sino una necesidad para ella, una vía de escape para
reencontrar su equilibrio para poder afrontar mejor esas
interacciones sociales que desde pequeña le habían resultado tan
difíciles y costosas. No en vano se había apuntado a aquel
campamento, entre otras cosas, con el objetivo de trabajar ese
aspecto de su personalidad.
Tan absorta y sumida en
sus pensamientos estaba, que tardó en darse cuenta de que Daniel
había dejado de atender al cuento, y en su lugar la miraba con la
misma sonrisa seductora que tantas veces le había dedicado aquellos
días. Pero esta vez no fue breve, como cuando se cruzaban. Él la
miraba y sonreía, y parpadeaba lentamente de vez en cuando, sin
apartar sus ojos de ella. Susana solía apartar la mirada cuando otra
persona la miraba con insistencia, pero había algo en ese chico que
anulaba sus inhibiciones. Normalmente se habría sentido violenta y
observada, preocupada por que el resto de gente lo "cazara"
mirándola así. Pero la sonrisa de Daniel parecía decirle: "no
tengas miedo, no tienes de qué avergonzarte". Y así, se
sorprendió a si misma devolviéndole la mirada en intérvalos cada
vez más cortos, hasta que los dos se quedaron con los ojos clavados
el uno en el otro, y así estuvieron hasta que terminó el cuento.
Los participantes poco a
poco se fueron levantando, se dieron las buenas noches y marcharon a
sus respectivas tiendas. Al final sólo quedaban Susana, Daniel y los
catalanes, que reían por lo bajo, con chistes privados que no iban
destinados a nadie más que a ellos mismos. Susana estaba inmóvil,
incapaz de decidir qué hacer. En su interior bullía una voz que la
empujaba a acercarse a Daniel, un impulso que la animaba a tocarlo, a
abrazarlo, a besarlo... Pero le aterrorizaba la idea de que él no se
sintiera igual, o que sólo estuviera coqueteando con ella, sin más.
Ni siquiera sabía si tenía novia, o mujer, o -en el colmo de su
inseguridad- si le gustaban las chicas.
Él seguia tumbado en
uno de los colchones. Había cogido el cuento y lo repasaba sin mucho
interés, como esperando a ver qué hacía Susana. Ella dejó
vencerse por sus miedos, y decidió que lo mejor iba a ser marcharse
a dormir y evitar enfrentarse a un más que probable rechazo (según
su propia interpretación de la situación). Se puso la chaqueta y el
abrigo, cerró los ojos, respiró profundamente y se despidió con un
lacónico: "Buenas noches", sin ni siquiera volver a mirar
a Daniel.
Cuando ya atravesaba las
lonas de entrada, oyó a Daniel levantándose como un resorte
-¡Eh! Susana... ¿ya te
vas a dormir?
Ella tragó saliva y se
dio la vuelta, disimulando sus nervios
-Sí... bueno... no tengo
mucho sueño, pero...
-¿Te apetece que demos
un paseo?- la interrumpió él, que también se había abrigado.
Ella empezó a balbucear
una respuesta, pero finalmente sólo acertó a asentir con la cabeza.
Los dos comenzaron a
andar por la zona de acampada, alejándose de las tiendas, hacia los
árboles de la parte de arriba. Durante unos cuantos pasos, que a
Susana se le hicieron eternos, ninguno de los dos dijo nada. Daniel
mantenía una media sonrisa y de vez en cuando miraba a la luna, o
hacia las tiendas, como asegurándose de que nadie más los viera.
-Oye, Susana... tengo
que decirte una cosa-
-¿Ajá?- musitó ella,
mientras notaba como el corazón le latía con fuerza
Daniel se detuvo, se
giró hacia ella y le tomó una mano. Susana se quedó mirando sus
manos agarradas, intentando comprender lo que estaba pasando.
Enseguida se dio cuenta de que Daniel esperaba a poder mirarla a los
ojos para decirle aquello, mientras ella seguía observando sus manos
como una boba.
-¿Susana? ¿Todo bien?
-Ehh, sí, sí.
Tranquilo... que a veces me empano... que... ¿qué me ibas a decir?-
dijo ella como quitándole hierro al asunto
-Pues... mira... Es
que...- Susana notó a Daniel dubitativo por primera vez -Pues eso,
que yo era tu Hada, pero como estabas siempre tan... tan...- se
notaba que quería escoger bien las palabras -tan "en tu
mundo"... pues no he sabido cómo hacer, ¿sabes? Vamos, que no
he sido una buena Hada- concluyó, a la vez que le soltaba la mano y
la invitaba con un gesto a seguir caminando
Susana no entendía las
palabras de Daniel. Si sentía que no había sido una buena Hada,
¿qué había sido toda aquella galantería? Las sonrisas, los
detalles, la atención... ¿Se comportaba así aquel muchacho con
todo el mundo?
Ya llegaban a la
arboleda, y sin mediar palabra, llevados por una silenciosa
complicidad, ambos dejaron de andar y se sentaron, uno junto al otro.
Daniel se giró hacia ella y le puso las manos en los hombros con
ternura. Así estuvieron un momento, mirándose, abrazándose con los
ojos, hasta que él empezó a susurrar:
-Susana...- cada vez que
él pronunciaba su nombre ella sentía más calor en su interior
-Susana, esta es la última noche, y mañana nos despediremos. No
sabemos casi nada el uno del otro... y eso está bien, porque así lo
decidimos todos desde el principio. Pero yo era tu Hada, y creo que
no he cumplido bien mi papel. Así que... te quería decir, que me
gustaría hacer algo bonito por ti. Pero como eres tan... eh...- de
nuevo Daniel buscaba la expresión más adecuada -reservada... no sé
muy bien qué puede ser- y diciendo esto quitó las manos de los
hombros de Susana, dándole espacio para que ella contestara.
Susana había perdido la
noción del tiempo por un momento. No sabía si llevaba allí cinco
minutos o si pronto amanecería. Pero sin embargo la respuesta a la
oferta de Daniel le salió de manera instintiva, casi instantánea,
como si llevara allí esperando desde hacía mucho tiempo, esperando
al momento justo
-Quiero que me des mi
primer beso
Daniel hizo un pequeño
aspaviento y abrió mucho los ojos. Respiró lentamente, incrédulo
-Pero... ¿quieres decir
que tú... que no... que nunca...?
Susana, que
-incomprensiblemente para ella- se sentía mucho más relajada, dejó
escapar una risilla
-No, idiota- dijo en tono
juguetón -He tenido varios novios desde los 18 años, si te refieres
a eso...
-¿Entonces?
-Entonces... ¿te
acuerdas que un día os conté que de niña nunca fui de campamentos?
-Pues... sí
-Mis amigas iban, y luego
venían y me contaban los "novios" que habían tenido... No
sé. Quizá fuera eso, o que en las películas los niños siempre
tenían un primer "amor de verano". Y yo nunca lo tuve,
nunca tuve ese "primer beso", nunca supe lo que se sentía
con esa edad. Y en este campamento me he vuelto a sentir como una
niña, o mejor dicho, como la mejor versión de mí cuando era niña,
y yo...
No pudo seguir hablando,
porque Daniel le tomó las mejillas entre sus manos dulcemente y la
beso con suavidad. Luego apartó la cara un poco, y la miró con una
mezcla de cariño y picardía. Ella había cerrado los ojos y notaba
como si un nudo se estuviera deshaciendo en su interior. Un nudo que
había estado allí demasiado tiempo. No sólo desde la ruptura con
su ex, sino algo mucho más lejano. En ese instante percibió de
golpe todo lo que le rodeaba. El rumor del viento en las copas de los
árboles, el río que fluía cerca del campamento, la humedad de la
tierra bajo su cuerpo... pero sobre todo, las palmas de las manos de
Daniel, que acariciaban sus mejillas con la mayor delicadeza
imaginable. Abrió los ojos y se encontró con los de Daniel, que la
seguía mirando en busca de una reacción. Ella lo cogió de la
cintura y, mientras en sus ojos asomaban unas lagrimillas de pura
felicidad, sólo acertó a susurrar: "Gracias"
Daniel la acercó hacia
sí y la abrazó. Inclinó la cabeza y la volvió a besar, pero esta
vez con más intensidad. Susana noto como el nudo se deshacía más y
más, y respondió al beso con otro, a la vez que empujaba a Daniel
hasta tumbarlo en la hierba. Y a cada beso le seguía otro más
apasionado. Y el amor se prolongó ratos y ratos... Pero como se
suele decir: "Lo que ocurre en Oza, se queda en Oza"
Un búho ululaba en la
lejanía, el viento soplaba más fuerte, y todavía se podían
escuchar las risas de los catalanes, que parecían incombustibles.
Daniel y Susana descansaban ya, tumbados uno al lado del otro,
cogidos de la mano mientras miraban las estrellas. Estuvieron mucho
tiempo así, en silencio, saboreando los momentos mágicos que
acababan de tener lugar. Susana se sentía en paz consigo misma, como
no recordaba haberse sentido nunca. El nudo se había deshecho por
completo, y en su lugar notaba una especie de calor reconfortante.
Sentía que se había quitado una gran espina de encima, de un modo
muy literal. Casi podía localizar el agujero donde estaba clavada la
espina, pero el calor ya estaba cicatrizando la herida.
El amanecer estaba
próximo, y Daniel se giró una vez más hacia Susana. Volvía a
tener esa sonrisa seductora tan característica, pero la cambió por
una fingida mueca de timidez, para completar la petición de Susana
-Oye, Susana...
¿quieres... ser... mi novia?- dijo, simulando un tono infantil y
avergonzado
Ella se giró y se
recostó sobre el pecho de él, y dibujándole corazones con los
dedos le respondió
-Sí. Pero sólo si tú
eres mi amor de verano
Daniel asintió, y se
dieron la mano como si estuvieran sellando un pacto, ambos con sendas
sonrisas de oreja a oreja en la cara. Luego estuvieron bromeando, y
hablando de tonterías hasta que se quedaron dormidos.
Amaneció lentamente, y
los más madrugadores del campamento salieron de sus tiendas de
campaña. Pronto hubo alguien que reparó en las dos figuras tendidas
sobre la hierba. Luego empezaron los murmullos... Alguien se acercó
a ellos, vio la escena, lo comentó a los demás... Hubo bromas al
respecto, les cayó alguna foto de tortolitos, alguna se hizo un
"selfie" junto a ellos dormidos... Y cuando llegó la hora
del desayuno, los monitores los fueron a despertar.
El resto del día fueron
inseparables. Una vez despierta la pareja, nadie hizo un sólo
comentario, aunque se respiraba el cachondeo en el ambiente. Hubo
miradas de complicidad a uno y a otra. Y poco a poco los acampados se
fueron marchando. Primero los malagueños, luego las asturianas y el
de Madrid... Todos se intercambiaron los teléfonos, correos
electrónicos y demás, y se hicieron promesas de volver a verse, de
visitarse mutuamente, de repetir la experiencia. Pero tanto Susana
como Daniel sabían que aquello no era más que un espejismo. Navaz,
en Navarra, pueblo de Susana, no quedaba tan lejos de Zaragoza en
realidad, pero como hemos dicho, "Lo que ocurre en Oza, se queda
en Oza", y un amor de verano, al fin y al cabo es eso: algo que
contar a las amigas, ese recuerdo perfecto que queda imborrable,
idealizado en nuestra mente, un oasis bucólico de cariño. Y como
tal, pertenece a un lugar y un tiempo concreto, y es mejor dejarlo
ahí, como una obra de arte que queda para la posteridad.
Hay quien cree que a
cada etapa de la vida le corresponden unas vivencias, y hay quien
cree además que si uno se pierde alguna de esas vivencias en su
etapa correspondiente, ya no hay vuelta atrás, y es mejor pasar
página, superarlo y olvidarse de ello.
Menos mal que por suerte
existen otras personas, que no creen en edades ni en estatus social,
ni en lastres pasados ni en errores futuros, y que saben que la
juventud y la inocencia se llevan dentro. Que nunca es tarde para
vivir aquello que te perdiste. Que debemos darnos permiso a nosotros
mismos para ser libres, para jugar y disfrutar, sin miedos ni
prejuicios, desaprendiendo aquello que nos impide ser lo que somos,
como decía Budha. Rompiendo ese Muro sobre el que tanto cantaron
Pink Floyd. En definitiva, volviendo a ser niños.
Estas personas están
entre nosotros. Y a veces deciden, en un alarde de originalidad,
montar campamentos para adultos... "Embosqadas" los llaman.
¡Vaya ocurrencia!
Jorge Escartín
Rubio - 2-9-2015
NOTA FINAL DE AGRADECIMIENTO: Gracias Jorge y Eva
(y Pedro, y Miguel Ángel, y Gema, y Julio y Javi) por una
experiencia inolvidable. Os deseo el mayor de los éxitos, y ojalá
pueda repetir el año que viene. Besos y abrazos para todos
NOTA PARA LOS LECTORES: El verano que viene, no os lo perdáis:
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